El caso es (que me pierdo) que al llegar al Reina Sofía vimos una cola enorme en la puerta principal, así que decidimos ir a tomar algo a la cafetería-restaurante del museo en espera de que la cola disminuyese y para ver más de cerca la ampliación, que resulta ser muy bonita con ese color rojo y esas formas redondeadas como de navío recién construido, en dique seco, a la espera de botadura y unas "ventanas" de bordes plateados en el techo del patio que dan una sensación dificil de explicar e imposible de captar con una cámara pero realmente preciosa. Y ahí, en la cafetería, al acabar el café y acceder al patio, nos dimos cuenta de que se puede coger entrada y acceder al museo sin pasar por la atestada entrada principal usando la taquilla y entrada del patio, al que se accede desde la cafetería. Es algo que la gente desconoce, como nos señaló entre sonrisas complices la mujer de la taquilla. Y así accedimos al museo.
Y gracias a ello disfrutamos con toda la tranquilidad y sin una sola espera las exposiciones y obras del museo, aunque no de todas, puesto que el museo es enorme y acabamos agotados y abandonando a falta de una planta entera y varias salas, lo cual es raro o indicativo dado que estabamos curados de atracones tras un reciente viaje a Florencia.
El caso es que había mucho arte bueno y mucho arte del que yo denomino basurilla abstracto-conceptual, es decir: obras que podrían haber sido hechas por mi hermano (licenciado en Bellas Artes al que quiero pero también meto caña con este tema) en un par de horas de aburrimiento y falta de inspiración de haber tenido materíal a mano.
En cuanto al arte "bueno" (o sea, el que me gustó) destacaría la exposición de Adolfo Scholosser, que usaba con profusión piedras, ramas y piel, con las que conformaba curiosas estructuras, o fotografías con las que forma círculos y espirales a modo de fotografía esférica. Realmente curioso.
Por otro lado tuve una gran decepción cuando llegué a ver el Guernica. Se trata de un cuadro que nunca antes había visto pero sobre el que había estudiado y sin embargo me ha parecido una mierda.

Supongo que las exiguas dimensiones y el haber leído Arturo Pérez-Reverte hablando sobre las guerras, junto con los colosales cuadros de batallas

Pero no importa. La visita al museo mereció la pena y si alguien va después de leer este artículo a la exposición de Adolfo, que se fije en una escultura de madera semejante a un champiñón... porque si miras la parte que da a la pared, descubrirás que no es un champiñón de madera. Lo que reí cuando lo descubrí.
1 comentario:
Pues, la próxima vez que vayas a algún museo, avísame, que llevo detras de ir a alguna exposición o museo desde el verano, y nunca encuentro con quien ir :-/
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