La investigación arrancaba tratando de encontrar una manera de acelerar el proceso de aprendizaje de los nombres de los colores por parte de los niños. Al parecer los niños son capaces de aprender rápidamente los nombres de las cosas (casa, perro…) pero tienen problemas durante bastantes años para nombrar correctamente los colores (rojo, verde…). En el artículo se comenta la complejidad inherente a su aprendizaje dado que el mundo está siempre lleno de colores, pero no de cosas (osos, camiones…), lo que podría explicar parte de la dificultad que separa el aprendizaje de los nombres de los colores del de los objetos. Además se comenta la amplia y subjetiva variedad de tonalidades, que hacen de su aprendizaje algo bastante cultural.
La parte interesante llega cuando se tiene en cuenta que en inglés, los adjetivos suelen ir delante del nombre (“the red ballon” es una construcción más habitual que “the ballon that is red”, particularmente en adultos). Esta peculiaridad del idioma tiene un efecto que pasaba desapercibido para investigaciones anteriores: no da un contexto que facilite la compresión y atención del niño. Al empezar diciendo “coge la roja X” el niño es incapaz de usar esa información para nada hasta que despeja X.
Dicho de otro modo: el color es en efecto una propiedad de los objetos, y por eso no da información por sí mismo (necesitamos conocer el objeto al que pertenece), por lo que no nos permite tener a priori una imagen mental de nada, y por ello el niño, no pudiendo visualizar la conversación (una peculiaridad de la atención en los seres humanos), ve mermada su capacidad de aprendizaje (no olvidemos que esto se suma a la propia complejidad mencionada del tema de los colores).
Tras realizar pruebas a dos grupos de niños, teniendo cuidado de usar adjetivo+nombre en uno y nombre+adjetivo en el otro, confirmaron que un método para reducir el tiempo de aprendizaje de los colores en los niños era, en efecto, así de simple: usar la construcción nombre+adjetivo, como en “la pelota roja”.
Curioso ¿no? Pero no es más que otro ejemplo de lo complejos y curiosos que son la psique, el mundo y las relaciones humanas, y de cómo pequeños cambios, detalles que nadie tiene en cuenta, pueden provocar grandes diferencias.
Por supuesto habrá quien defienda, (tras leer este artículo o interpretando mis palabras) el lenguaje políticamente correcto y los disparates ortográficos y gramaticales con fines políticos, pero yo creo (y es solo mi opinión) que si hay algo que debería quedar claro con este estudio en particular, es que el idioma debe adaptarse al ser humano y ser una herramienta que le permita comunicarse con sus semejantes manteniendo la atención en lo esencial. El idioma no debería ser algo obtuso, verboso, difícil de seguir y con objetivos morales de dudosa realidad.
Por último, y aquí ya entro en terrenos resbaladizos y seguro lleno de amantes del esperanto, no puedo dejar de preguntarme, si el idioma, tanto hablado como escrito y sus peculiaridades (grafía, curva de aprendizaje, declinaciones, géneros, etcétera) no tendrán un efecto relevante en los grados de analfabetismo, éxito, o problemas sociales de las diversas naciones o culturas. Y a raíz de esta idea me pregunto si teóricamente se podría diseñar un idioma “óptimo” desde 0, algo que maximizase de alguna manera las capacidades de los seres humanos o al menos de un grupo de ellos. Pero esto, como ya he dicho, es terreno resbaladizo y la pendiente lleva a la ciencia ficción.
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