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lunes, noviembre 12, 2007

La Edad Transparente


El tema de la pérdida de privacidad es algo que ya ha sido tratado en diversas ocasiones en cine y libros. En el libro 1984, Orwell nos dibujaba una sociedad policial que monitorizaba todos los actos de sus ciudadanos, en la más reciente película Deja Vú el gobierno de los EEUU monitorizaba el pasado de personas y lugares para salvaguardar la seguridad nacional, pero el caso que me pareció más interesante es el de Isaac Asimov en su relato de 1956, "El pasado muerto".

[El artículo contiene spoilers sobre el relato]

En el relato, Asimov nos describe un futuro en el que el estado dispone de una herramienta llamada Cronoscopio (en el sentido de telescopio o microscopio), con la que, al igual que en Deja Vú, se puede observar el pasado cercano de cualquier lugar y por tanto observar cuando se desee las acciones de cualquier persona. En la sociedad descrita en el libro el estado burocratiza la ciencia de manera que sea imposible construir otro cronoscopio a parte del estatal, aunque sin demasiado éxito, ya que finalmente un científico díscolo aunque bienintencionado consigue descubrir como fabricar uno casero y destapa la caja de Pandora al distribuir mundialmente su conocimiento. Me permitiré citar las palabras del agente gubernamental hacia el final del relato:

Y díganme, ¿que suponen que sucedería si permitiésemos que se pusiera en circulación un cronoscopio casero?. Al principio, la gente se limitaría a contemplar su juventud, la de sus padres, y así sucesivamente, pero no pasaría mucho tiempo sin que captasen todas sus posibilidades. El ama de casa olvidaría a su pobre madre fallecida y se pondría a observar a sus vecinos y a su marido en la oficina. El comerciante y el negociante vigilarían a sus competidores, y el patrón a sus empleados. No existiría ya nada privado. Las tertulias y el espionaje tras las cortinas no serían nada en comparación con esto. En todo momento habría alguien contemplando y vigilando a las estrellas del espectáculo. No habría manera de escapar al acecho. Ni siquiera en la oscuridad, puesto que el cronoscopio puede ser ajustado al infrarrojo [...]. Se verían borrosas, por supuesto, con los contornos oscuros, pero eso incrementaría tal vez la excitación... Incluso los hombres que están al cargo de la máquina ahora se aprovechan a veces, a pesar de la reglamentación en contra...
Nimmo parecía desanimado.
-Siempre queda el recurso de prohibir la fabricación privada.
Araman le atajó con violencia:
-Claro. ¿Pero cree que serviría de algo, que resultaría eficaz?. ¿Se puede legislar con éxito contra la bebida, el tabaco, el adulterio o el chismorreo en las esquinas?. Y esa mescolanza de entrometimiento y lascivia se apoderaría de la humanidad con mayor fuerza que ningún otro vicio. ¡Santo Dios! No hemos sido capaces en mil años de extirpar el tráfico de estupefacientes, y habla usted de legislación contra un artilugio que permite observar al prójimo a su antojo y en cualquier momento y que puede ser construido en un taller casero.

[...]

No se que clase de mundo tendremos de ahora en adelante. No puedo decirlo. En todo caso, es seguro que el mundo que conocimos ha quedado destruido por completo. Hasta ahora, toda costumbre, todo hábito, hasta el más minúsculo sistema de vida tenía garantizada cierta reserva, cierto aislamiento... Todo eso se ha desvanecido.


Como puede apreciarse, actualmente estamos vislumbrando una situación similar, una edad transparente, no basada en máquinas capaces de ver el pasado, sino en máquinas que rebuscan en los datos que almacenamos del pasado, unos datos ingentes, en aumento y sin visos de reducir su crecimiento.
Cámaras de vigilancia, registros bancarios, teléfonos móviles, cámaras digitales... todo ello nos permite fabricar un "almacén" del pasado. Y mientras, Internet posibilita servicios como Flickr, Youtube, etc, que nos ofrecen el equivalente de un cronoscopio de Asimov.

Quien sabe, quizá en el futuro, Paris Hilton sea motivo de tesis gracias a la cantidad de datos que va dejando al alcance de todos: fotos, videos infrarojos, teléfonos móviles perdidos... una suerte de víctima primeriza de la edad transparente.

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