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sábado, diciembre 13, 2008

Libros malditos, malditos libros

La semana pasada asistí gracias a la casualidad a una tertulia abierta titulada “libros malditos” en la librería Hojablanca situada en el casco histórico de Toledo (España). Llegué buscando un libro para un regalo a eso de las seis y media de la tarde y me topé con algunos asistentes a una tertulia llamada “libros malditos” que empezaba en pocos minutos intercambiando opiniones sobre libros de brujas, libros religiosos del antiguo Egipto y cosas similares. Después de escuchar un rato y preguntar sobre la tertulia, decidí quedarme y la verdad es que pasé un rato muy interesante y entretenido escuchando a los asistentes hablar esencialmente sobre el Necronomicón, el Libro de los muertos, el manuscrito Voynich y El martillo de las brujas, y también divagar sobre cosas más extrañas como el Libro de Enoch, el lenguaje de los pájaros, El triunfo de la voluntad o El regreso de los brujos y de pasada sobre una idea en la que había estado reflexionando precisamente el día anterior: leer libros, ¿puede ser peligroso?

Tengo que decir hace tiempo que sospechaba que leer libros o en general consumir información de cualquier clase (televisión, radio, periódicos, Internet…) puede llegar a ser dañino a nivel intelectual y quizá en casos extremos, a nivel físico (propio y ajeno) si pervertimos en extremo nuestra capacidad de raciocinio; sin embargo ha sido hasta escuchar opiniones contrarias en esa tertulia que me he convencido de que realmente hay argumentos de peso para apoyar mis sospechas. Intentaré explicarme.

Hace ya mucho tiempo que se (como cualquier adulto con dos dedos de frente) que determinados medios de comunicación y determinadas personas son de todo menos fiables cuando comunican una información, por lo que procuro mantener en alerta mi sentido común y crítico ante lo que me llega de ellos en particular y con toda información en general, y hasta hace poco suponía que con eso era más o menos suficiente para mantenerme a salvo de influencias interesadas y chorradas varias. Sin embargo recuerdo como en el libro “Por qué las personas inteligentes pueden ser tan estúpidas” se exponían varios casos de personas que daban por buena información completamente errónea por haber sido expuesta a ella en determinadas circunstancias. Estos ejemplos de cómo podemos asimilar información errónea que se salte las barreras del pensamiento crítico en multitud de ocasiones y sin darnos cuenta formaban parte de una parte del libro que exponía entre otras cosas, la facilidad con la que todo el mundo se acaba tragando información falsa si se la dan de determinadas formas, algo que bien conocía Goebbels, ministro de propaganda del tercer Reich, así como los departamentos de propaganda de la postguerra o los actuales gabinetes de comunicación políticos. Por supuesto, una información errónea no tiene por que ser un problema, pero cuando la información errónea es excesiva o se trata de información clave, nuestro sistema de razonamiento (alias: razón o sentido común) se pervierte hasta un nivel en el que seguramente comenzamos a ser un peligro para nosotros mismos y lo que nos rodea, como sucedió en la Alemania nazi, en Salem durante su famosa caza de brujas o en las sectas apocalípticas que acaban con un montón de gente envenenada o pegando tiros.

Y son esos hechos documentados, sobre lo fácil que es tragarse una milonga en determinadas situaciones y añadirla a nuestro cuerpo de conocimientos lo que me ha convencido de que leer determinados libros (o revistas, o periódicos, o webs…), puede ser dañino para cualquiera, alterando el juicio y la razón, sin que uno se de cuenta de la intoxicación y transmitiéndola en la más pura tradición memética o como si de una invasión de los ladrones de cuerpos se tratase, y es algo contra lo que uno debe estar advertido si quiere empezar a levantar alguna defensa en una época a veces mal llamada “de la información”, en la que recibimos bombardeos informativos impensables hace 100 años a través de múltiples medios y con diversos objetivos políticos, comerciales o personales. Creo que ya no es suficiente con afilar el pensamiento crítico, creo que hay que llevar la profilaxis más allá y dejar de consumir determinados medios marcadamente parciales o interesados, para minimizar el riesgo de infección. Pero cuidado, no hablo de censurar sino de ejercer nuestro derecho a ciertas personas y medios como pueda ser Jiménez Losantos o El País, que han demostrado sobradamente su parcialidad (por usar un eufemismo) a lo largo de años de comunicar medias verdades y mentiras. E incluso me atrevería a ir un paso más allá y recomendar que dejemos de consumir únicamente lo que nos “gusta” y tratemos de consumir regularmente otras cosas, nuevas, de opinión contraria o simplemente alternativas, para no quedar polarizados en un pensamiento de fuente única que nos impida detectar las falacias que todos damos por supuestas.

Por último quiero decir que esta década (2000-2010) me parece un momento perfecto para ejercer la higiene mental gracias a la existencia de multitud de medios, con opiniones de todo tipo, donde podemos escuchar voces disidentes o alternativas, donde podemos debatir, comentar o comprobar las fuentes y alzar nuestra propia voz, aunque nadie o casi nadie la escuche. Esto es, me parece que Internet, con sus blogs, medios online, portales y foros, es una herramienta fundamental en la implantación de medidas de salud informativa y me gustaría que siguiera siéndolo.

Nota: Imagen obtenida de la Wikipedia.

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