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miércoles, agosto 13, 2008

Crónicas de Islandia II: Impresiones

De mi viaje de novios he vuelto fascinado, no por los habitantes de Islandia que comprensiblemente (condiciones muy duras hasta tiempos recientes) me han parecido bastante raros, sino por el país que tienen y que hasta el momento parecen conservar y modernizar bien. Allí la sensación que tiene uno es de que la naturaleza es la propietaria real de la isla y la gobierna sin tener en cuenta a los seres humanos que nos vemos empequeñecidos antes tamaña obra geológica de la dorsal mesoatlática. La presencia humana es en el mejor de los casos, exigua y su mano tan solo es evidente en los mayores núcleos urbanos como Akureyri (17250 habitantes) o Reykiavik (118000 habitantes).

Islandia es todavía un paraíso natural, un parque protegido por los elementos, la situación geográfica y la historia que abarca más allá de la extensión de la propia isla y se extiende por el atlántico norte, el antiguo mar hiperbóreo, cuyo nombre evoca la literatura fantástica de Lovecraft tanto como la propia orografía y soledad islandesas.

El agua es una constante por doquier y corre por doquier vía manantiales, cascadas, arroyos, ríos, lagos y fiordos a la vez que desgasta la roca y hierve o se congela en las pozas, fumarolas y glaciares que yacen a lo largo y ancho de la isla.

Habiendo estado allí resulta fácil imaginar el por que una parte importante de los islandeses profesan aún la religión de los Aesir de sus antepasados y crean en seres mágicos como los elfos o los trols.

Ciertamente es un destino impresionante lejos de los circuitos habituales, obligado para cualquier amante de la naturaleza.

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